domingo, 5 de enero de 2014

Capítulo decimoquinto

CAPÍTULO DECIMOQUINTO


Tras una considerable siesta, un molesto redoble de tambores despertó a nuestros queridos compañeros de aventuras y Litt, el capitán alcohólico que hasta entonces les intentaba guiar a través de las bravas aguas del Atlántico hacia España. Skinny y Spanky se levantaron malhumorados, pero el capitán Litt poseía una expresión aterradora.

-¡Oh no! ¡Mierda! ¡La isla está habitada! ¡Estamos acabados! -decía Litt entre sollozos.

Una columna de humo se divisaba a lo lejos, y Skinny y Spanky no dudaron en intentar llegar a la fuente a ver si podían conseguir algunas provisiones u objetos útiles. 

-¿Tú no vienes? -le dijo Skinny a Litt.
-No, no, id vosotros, yo os esperaré aquí con un refugio hecho, id vosotros id...

Skinny le lanzó una mirada de desprecio y se adentró en la jungla junto a su leal compañero de batalla. 

Caminando por la selva encontraron mayormente flechas clavadas en los árboles, y algunos de ellos pintados con una extraña insignia, una bandera con varias franjas, empezando por la de arriba de color rojo y degradándose hasta acabar en una morada. También encontraron dibujos de calaveras humanas con miembros masculinos intentado salir por las cavidades orbitarias. Una sensación de mal rollo invadió a Skinny, mientras Spanky se partía de risa. Siguieron avanzando y encontraron algo más serio, un cadáver en avanzado estado de descomposición. El hedor que desprendía hizo que Spanky padeciera varias arcadas pero Skinny mantuvo la compostura. El cadáver vestía un uniforme pardo con una placa en el pecho. También poseía un revólver con algunas balas y una porra. Cuando se fijaron con más detalle, encontraron varios casquillos semienterrados en el barro. Skinny y Spanky dejaron a aquel desgraciado hombre seguir disfrutando de sus eternas vacaciones y continuaron su marcha para intentar dar con lo que fuera que había creado la columna de humo, pero por lo menos ya sabían que la raza humana se había inmiscuido por aquellos territorios dejados de la mano de Dios. Se estaba haciendo de noche y decidieron pararse un momento a descansar del agotador y deshidratante día que les había proporcionado el clima de la isla. Con unas cuantas hojas grandes se ingeniaron unos camastros y allí intentaron concebir el sueño, pero vanamente. Un chasquido de ramas devolvió a Skinny al mundo real, ya que había quedado absorto en sus pensamientos, y se puso en estado de alarma. En un santiamén, cantidad de hombres aparecieron de la nada armados con palos afilados, haciendo un círculo alrededor de Skinny y Spanky. Los hombres iban completamente desnudos, con pinturas extrañas por el cuerpo, y algunos llevaban motivos estéticos hechos con hojas, cáscaras y demás estructuras orgánicas en la cabeza. Un negro gordo, de unos treinta años, de los que no llevaba esas cosas en la cabeza, les ató las manos, y les hizo un lazo corredizo en el cuello, de forma que con tirar de la cuerda, podría estrangularles en menos que canta un gallo. Skinny y Spanky optaron por no resistirse y permanecieron a la espera de que les dijeran qué estaba ocurriendo, pero nadie les dirigió le palabra, sin embargo vio cómo el negro gordo que les había amarrado parecía discutir con un rubio esquelético:

-Shva no vilardos-e do! -decía el rubio.
-Agasuma ke üun dutytý estno ar Kiikirooki desut-respondió el negro.
-Yuà yuà-le maldizer aguaterabes! Picciolo!

Empezaron a caminar y tras unas cuantas horas de tropiezos llegaron a una explanada donde pudieron ver varios cutres edificios derruidos y en el centro la única estructura que aún aguantaba, un antiguo edificio de piedra con un letrero donde se podía leer "centro de reabilitação". Les llevaron dentro. El edificio, contra todo pronóstico, no tenía pisos, era una única planta, sin habitaciones, tan sólo cuatro paredes y un tejado, aunque la existencia de alguna escalera por los laterales indicaba que no había sido así siempre. Al fondo de la estancia había un gran trono con un hombre, blanco, también desnudo, con un tocado de hojas que llegaba hasta el suelo y rodeado de una veintena de negros dándole agua y comida, arrodillados.





Llegaron las notas del examen de mates. El profesor, en tono dictatorial, recitaba el nombre del alumno, y mientras se levantaba presa del pánico para recoger su examen, decía su nota en voz alta delante de toda la clase.

-Betty. -dijo el profesor.

Mientras ésta se levantaba el profesor dijo:

-Dos y medio.

Aquello supuso un jarro de agua fría para Betty. Había estudiado lo suficiente como para haber aprobado ese examen pero las derivadas aunque parezcan amigables a simple vista, si te descuidas te dan una puñalada por la espalda, como es el caso de Betty. Allison no corrió mejor suerte que Betty, puesto que sacó algo más de un cero, pero sin llegar al uno, aunque en su caso todas las casas de apuestas apuntaban a un resultado como ese, como venía siendo costumbre desde que se matriculó en ese instituto. Los profesores, infectados de un inaparente racismo camuflado de buena intención y discriminación positiva protegido falsamente bajo el estandarte de la igualdad propusieron que para la raza blanca los exámenes puntuasen sobre diez, y para los negros o sudamericanos fuese sólo hasta el dos, eso sí, con la misma cantidad de preguntas y el mismo valor cada una de ellas. El director no aprobó esta moción y cuando está acabando el curso escolar, Allison, o mejor dicho, su madre, se las tiene que arreglar para conseguir aprobados usando técnicas que, en la sociedad actual del autor de este relato, son consideradas ligeramente ortodoxas y no sería menester entrar en detalle explicando cada una de ellas, simplemente el autor confía en la imaginación del lector para rellenar este hueco que pudiese mermar la opinión pública sobre esta obra. Así pues, Allison pasaba de curso al igual que Betty, aunque ésta tenía capacidades, aunque no muy sobradas, de pasar de curso ajustándose a la legalidad vigente. Sin duda ese dos y medio que había sacado le ponía un pie y medio en la recuperación de junio así que, junto a otros desafortunados compañeros, fueron a exigir una revisión del examen al profesor al salir de clase. Entre ellos se encontraban Paula Modestias, Amargada Kindelan y demás miembros de la Sociedad de Mujeres, pero para sorpresa de todos estaba allí César, aquél que siempre sacaba notas decentes, en una reclamación del examen. El profesor fue uno por uno revisando exámenes. Betty esperaba con impaciencia el turno de César, quien por todos era conocido su carácter poco sindicalista y alborotador, a ver qué tenía que decir.

-Esto de aquí me lo has puesto mal y no sé el porqué -dijo César en un tono bajo pero firme.
-A ver, a ver, la derivada de esto es tal, que baja aquí y multiplica a tal... y vale, aquí simplificas ésto y lo restas a esto.. vale, correcto, está bien, lo siento César, ahora te subo los dos puntos que te corresponden.
-Vale, hasta mañana.

Con esos dos puntos César alcanzaba la calificación de diez y Betty observaba envidiosa cómo César abandonaba la estancia. "Ojalá tuviera yo su inteligencia" se dijo para sus adentros. Ahora el turno le tocaba a ella. Preguntó por qué tenía mal cada ejercicio y el profesor fue destripando uno por uno sus débiles argumentos hasta que acabó el último, y salió con suerte de no haber perdido ningún punto en esa revisión. Al salir, Paula le ofreció que se uniera a las que estaban allí de la Sociedad de Mujeres para reprocharle al profesor el examen tan difícil que había puesto.

-¡Es que las derivadas de este tipo no las hemos dado!-gritaba Amargada Kindelan.
-¡Aquí has ido a suspendernos!-decía Paula Modestias.
-¡Machista!-vociferó Alejandra Popper.

El profesor había oído ya ese día un nivel de estupideces mayor al que recomienda la OMS (Organización Mundial del Sentido común) pero esa en especial le llamó la atención y le picó la curiosidad el saber qué razonamiento mental podría haber llevado a la joven e ingenua Alejandra Popper a llamarle machista.

-Perdona, machista, ¿por qué?
-¡Que casualidad, que en este examen, casi todos los que hayan suspendido han sido mujeres, en cambio los hombres han aprobado casi todos! ¡Tú has ido a por nosotras! ¡Eres un machista!
-Pero a ver -decía el profesor entre risas-¿es que acaso hay derivadas que se les dan mejor a los hombres y otras a las mujeres?
-¡Seguro! ¿Si no cómo explicas que sólo hayan suspendido mujeres?
-Pues eso ya no lo sé, pero si quieres en el próximo examen pongo un problema que en vez de usar la tabla de multiplicar haya que usar la de planchar, a ver si así hay más suerte...

Ese desafortunado comentario contenía trazas de un tipo de humor al que la Sociedad de Mujeres le tenía una especial alergia, y desencadenó un bombardeo masivo de comentarios hacia el profesor que por poco sale a pedradas de allí.

Al final Betty llegó a su casa sin su objetivo cumplido y se mentalizó de lo que iba a tener que estudiar si quería aprobar las matemáticas, ya que no tenía la suerte de tener una madre con la dignidad puesta en el mercado de valores. O tal vez un plan B podría ser pedirle ayuda a César, que se veía que controlaba del tema, pero tendría que elegir entre César o la Sociedad de Mujeres.